04 marzo 2016

¿Hay demasiados Salones del Manga?


A lo largo de los últimos años hemos visto proliferar a nivel nacional una cantidad ingente de salones de temática abiertamente Otaku. A día de hoy, rara es la provincia o comunidad autónoma que no cuente con alguna convención para aficionados al anime, manga, videojuegos o cultura nipona en general.

Antiguamente, en los tiempos previos a la popularización de internet, cuando la conexión a la red era aún algo prohibitivo y no se había instaurado la tarifa plana de Internet, la comunicación entre aficionados a el mundillo Otaku era algo meramente local. Los aficionados a los mangas o animes solo podían tener relación entre ellos a través del contacto directo en las tiendas y librerías que había en la ciudad de residencia de cada uno. Otra opción para poder mantener contacto con otra gente con gustos afines a los tuyos eran las listas de correo convencional. Revistas de aquella época como la Dokan o la Minami daban a sus lectores la opción de estar informados de la actualidad, además de permitirles ponerse en contacto con aficionados de otros lugares con los cuales compartían aficiones.


Por aquel entonces, comenzó a fraguase la idea de realizar a nivel local convenciones para este emergente sector de aficionados a lo que Cels Piñols daría en llamar SubCultura.
Emulando el sistema creado en Norteamérica con eventos hoy mundialmente conocidos como la ComiCon de San Diego fueron aflorando los primeros Salones dedicados al Manga y al Anime. Así es como aparecieron veteranos dentro del sector como por ejemplo lo son el Salón del Manga de Barcelona, las Jornaícas de Zaragoza o el Salón del Manga de Jerez.

En estos años eran pocos y limitados los eventos que tenían lugar de forma anual. Los asistentes peregrinaban rigurosamente hasta estas ciudades para poder conocer a los grandes autores que asistían a tales eventos. Su auge hizo que las grandes editoriales respaldasen este floreciente modelo de comercio y esto a su vez permitió que año tras año estos actos cobrasen más relevancia, permitiendo que autores de mayor renombre asistieran como invitados al Salón.


Del mismo modo que las grandes editoriales vieron negocio en estos primerizos salones, también lo vieron los propietarios de librerías especializadas del sector que estaban diseminadas por todo el país. Desde el punto de vista del pequeño librero, asistir al salón era una opción muy importante de negocio. Podría traer a sus compradores habituales las últimas novedades editoriales sin tener que esperar a que las distribuidoras les hiciesen llegar esa mercancía. También les permitía poder abastecerse de merchandaising exclusivo que únicamente llegaba a este tipo de convenciones, y así podrían ponerlo de venta tanto en su stand del salón como en las tiendas de sus localidades. Por último, permitía al librero ponerse en contacto directo con otros libreros y editoriales, lo cual le abría muchas posibilidades a nivel profesional.

Así fue como poco a poco y con el paso de los años se fueron consolidando los salones de mayor tradición y caché a nivel nacional.

Pasaron los años y nos metimos todos de golpe en la revolución digital. Al principio, cuando los precios del acceso a la red de redes aún eran derecho de aquellos con mayores ingresos, la gran mayoría nos vimos relegados a los emergentes cibercafés, desde donde se podía acceder a casi cualquier servicio que ofreciese el adolescente Internet de la época. Poco después llegaron las tarifas planas de acceso a internet, sentenciando de muerte la era de los cibercafés. Internet ya estaba en cada uno de los hogares por un módico precio al mes, lo cual nos permitió dar un paso de gigante a nivel informativo.


La prensa escrita del sector ya mencionada anteriormente se adaptó como pudo a los tiempos que corrían hasta finalmente llegar a desaparecer. Internet había dado a cada usuario la posibilidad de escoger aquellos contenidos sobre los que deseaba estar informando y prescindir de aquellos que no eran relevantes para sus gustos personales. Nacieron los foros, donde gente de todas partes del mundo podía por fin hablar durante horas y horas sobre los temas que les apasionaban. Esas mismas discusiones de foros se trasladaban también a los ya extintos IRC y Messenger. Las redes sociales vieron la luz y con ellas finalmente las barreras de la interacción social que se limitaban a la asistencia de forma anual a un salón habían caído para siempre; y así, nos vimos arrastrados poco a poco a la situación en la que nos encontramos actualmente.

Internet dio lugar a nuevos modelos de comercio. De repente, cualquiera podía tener acceso a mangas, series y productos para los cuales años atrás habría tenido que asistir obligatoriamente a la tienda local o a la convención anual.

Al amparo de la red nuevas tiendas digitales enfocadas a cubrir las necesidades culturales del aficionado medio comenzaron a proliferar más y más. Cientos de webs como esta en la que ahora mismo podéis leer estas líneas vieron la luz para poder informar y ofrecer al lector todo aquello en lo que pudiese estar interesado. De repente, la gente ya no necesitaba ahorrar durante todo el año para costearse un viaje a determinada ciudad en la que poder comprar un material en concreto o codearse con gente que tenía unos gustos afines a los suyos. Sin embargo, el animal humano es un animal gregario y gusta del contacto humano. La gente sentía añoranza de aquellos salones de antaño en los que poder hacer cosplay, ver a los grandes autores, comentar cara a cara con otros aficionados o simplemente poder disfrutar en compañía de un plato típicamente asiático. Los mayores hablaban de estos eventos a las nuevas generaciones que ya habían nacido inmersas en la sociedad de la información y esto generaba determinadas expectativas.

Los grandes salones no habían desaparecido en ningún momento. Seguían estando ahí y estaban a punto de convertirse en referente para todo lo que estaba por llegar.

La gente demandaba que en sus ciudades se ofreciera lo mismo que se ofrecía en las grandes urbes. Las nuevas generaciones querían poder tener un evento que les permitiese todo aquello de lo que habían oído hablar pero sin el engorro de tener que desplazarse hasta las ciudades origen de los eventos. Nuevas empresas surgieron para sustentar este modelo de negocio orientado claramente hacia el fandom. Decenas y decenas de eventos comenzaron a proliferar a lo largo de las distintas comunidades autónomas. Eventos que a emulación en pequeña escala del modelo norteamericano proponían las convenciones o salones como solución a la demanda realizada por los aficionados. Así fue como ciudades como Alicante, Murcia o Cadiz pasaron a tener uno o incluso dos eventos propios a lo largo del año.


Las grandes urbes tampoco se quedaron atrás y han llegado a alojar un promedio de entre 6 u 8 eventos de carácter anual de mayor o menor renombre. La masificación de los salones comienza a ser un hecho que se hace patente y como suele ser común en estos casos, cantidad no va precisamente asociada a calidad.

La gran mayoría de estos eventos tienen una duración de entre 1 y 3 días. Su organización suele estar orquestada por alguna empresa o entidad que se encarga de gestionar los temas de logística, infraestructura o contenidos. Asimismo, estas empresas tienden a estar respaldadas por organizaciones locales que colaboran de forma activa en el desarrollo y buen funcionamiento del evento. Estas organizaciones locales suelen ser las encargadas finales de gestionar el personal, las actividades y el desarrollo de las actividades durante la celebración del salón.

A grandes rasgos estos eventos son replicas a nivel local de un producto de mayor calidad que se ofrecía originalmente en determinadas grandes ciudades. El patrón que presentan estos salones es clónico independientemente de la población en la que se celebre. Suele emplazarse en algún gran local o centro de exposiciones donde se suceden a lo largo de los días una serie de actividades culturales, conferencias o actuaciones. El espacio del local se reparte de forma similar en casi todos ellos. Está el espacio destinado a la organización, los distintos stands de asociaciones culturales, el lugar designado para los puestos de venta de material y un escenario para actividades.

Debemos plantearnos estos salones desde dos puntos de vista. El de la persona que asiste a ellos como visitante para disfrutar de lo que el salón ofrece y el del librero que asiste al acto para obtener unos beneficios adicionales. El punto de vista de la empresa organizadora de salones es un punto que no nos atañe para la cuestión inicial de esta disertación. Reservaremos este modelo de negocio para un articulo futuro


El perfil del librero que asiste a este tipo de salones suele ser el de un librero que es propietario de una tienda en las proximidades del lugar donde tiene lugar el evento. Para asegurarse que el cliente pase por su stand, el librero se ve obligado a ofrecer algo distinto al resto de libreros que vayan a asistir al evento si es que quiere tener algún beneficio. El alquiler del stand, los costes de desplazamiento, dietas y demás gastos derivados de la asistencia a uno de estos eventos tienen que merecer el viaje. Esto repercute en el hecho de que los libreros no pueden permitirse hacer descuentos sobre los productos y acaba generando una cierta homogeneidad en cuanto a precios independientemente del salón al que asistas. Por lo general, no suele haber ninguna diferencia entre comprar determinado producto en la librería un día cualquiera o comprarlo en el salón. Las editoriales no suelen sacar publicaciones a presentar en exclusiva en la inmensa mayoría de los salones. Del mismo modo, los fabricantes de merchandaising no preparan nada con motivo especial de realizar presentaciones en estos eventos. El resultado es que al pasarse por los distintos stands al cliente se le ofrecen exactamente los mismos productos en casi todas las tiendas, al mismo precio y con ningún beneficio por realizar su compra durante el salón en diferencia de hacerla en la propia tienda cualquier día del año.

El asistente medio al salón sabe de antemano lo que se va a encontrar. Lo primero son los antes citados stands de librerías entre los que vagar que le ofrecen el mismo contenido independientemente del nombre que aparezca en el rótulo de la caseta. El visitante puede participar en una limitada variedad de actividades que abarcan desde el cosplay hasta los talleres culturales. También es bastante común en este tipo de salones que se celebren diversos torneos de videojuegos. Estos torneos cubren un amplio espectro que va desde los juegos de lucha hasta los de deportes. Como nota peculiar cabe mencionar que dentro del marco de estos salones también se han reubicado algunas de las ya escasas LanPartys que se continúan organizando.

Un símil que podríamos emplear para definir este auge de los salones es el de las cadenas de comida rápida. La gente sabe que el producto que está consumiendo no es de primerísima calidad ni es tan bueno como se lo publicitan, pero lo tienen a mano, es accesible, no les supone esfuerzo obtenerlo y les sacia el hambre cultural.

Estas metafóricas hamburguesas están haciendo que los grandes salones de toda la vida vean mermado su número de asistentes y tengan que esforzarse más para no perder público frente a la nueva oleada de pequeños salones que les vienen comiendo terreno paulatinamente.


Y vosotros, ¿Qué opináis? ¿Creéis que es bueno que cada ciudad disponga de sus propios salones para poder cubrir la demanda local de los aficionados, o por lo contrario pensáis que el aumento de salones actúa en detrimento de la calidad de los mismos haciendo que los aficionados se vuelvan cada vez mas conformistas frente a un producto de menor calidad?

Por: Alverno  

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